Pollo multicereal

dsc_0416Bar. 1:19pm

Atravieso la puerta hacia la terraza llevando la bandeja con una sola mano. El jugo de naranja se sacude y golpea contra la tapa que evita el desparramo. El sol cae a pleno sobre las sombrillas verdes que cubren todas las mesas menos una, la única libre. No arrugo. Me siento de frente a esos rayos tímidos que terminan escondidos detrás de una nube con más carácter. Una ráfaga sacude las sombrillas y aprovecha el viaje para llevarse varias servilletas de papel. Mientras clavo la pajita (en mis pagos le decimos así al sorbete) en la tapa del vaso miro a mi alrededor. Dos de las mesas están ocupadas por hombres solos. Uno de saco y corbata. Come rápido. El otro, vestido con ropa informal de marca, está casi acostado en la silla. Más allá dos chicas comen y charlan sentadas una frente a la otra. Comen y charlan en una danza sincronizada que no deja espacio sin llenar. En esa mesa no hay silencios. Más cerca, en la mesa vecina, justo frente a mí, una espalda. Los hombros son angostos y rectos, perfectamente nivelados. Tiene los brazos apenas despegados del torso y apoyados sobre la mesa. La camisa se afina de un modo sutil llegando sin arrugas a la cintura para volver a ensancharse convertida en jean. El pelo castaño cae por el centro de la espalda, casi sin ondulaciones, y se detiene justo antes de la pequeña protuberancia que delata la presencia del corpiño. La nube termina de pasar y el sol me impacta de lleno en la cara recordándome que siempre está. Aunque no lo veamos. (más…)

Cuando de compartir se trata

SylvapenEmpezar este texto diciendo que recuerdo algo de mi época de jardín de infantes sería faltar a la verdad. El que avisa no traiciona, así que ya saben. Mi vida de nene se desarrolla de una manera fantástica hasta ese terrible día en el que mamá mete un vaso de plástico, una servilleta bordada con frutillitas y un paquete de galletitas Manón en una mochila multicolor con la imagen de un oso, me la cuelga en la espalda y me lleva por primera vez a ese lugar que llaman «el jardín». Un lugar en el que nos recibe una señora vestida como si fuera una nena gigante. Ese lugar en el que voy a encontrar «un montón de amiguitos» que nunca pedí. Nunca. Me basta con ella. Y con «mis» juguetes. Pero a pesar de los llantos, gritos y patadas acertadas al aire, todo parece indicar que el asunto no es negociable. «Dejeló y vayasé», le dice a mi mamá la señora vestida de nena. Mi mamá se va llorando y yo me quedo llorando. No entiendo dónde está el negocio. (más…)