El 27 de septiembre de 1986 yo estaba en la estación terminal de ómnibus de Rosario. Me recuerdo sentado en un asiento junto a la ventanilla, esperando los primeros movimientos del colectivo; el inicio de mi nueva vida en la Patagonia. A través del vidrio, de pie en la plataforma de salida, la que sería meses después mi esposa me sostenía la mirada con los ojos enrojecidos.
Durante los primeros kilómetros junté el coraje necesario para abrir el regalo que todavía estrujaba entre mis manos, y que me había dado prolongando el beso del último escalón. No necesitaba romper el envoltorio para saber que se trataba de un libro. Sí tuve que hacerlo para comprender que esa mujer -esta mujer que hoy comparte todo conmigo- no solo sabía que un libro era para mí el regalo perfecto; sabía qué libro era para mí el regalo perfecto.
“Best Seller”, la excelente novela del negro Roberto Fontanarrosa, ocupa todavía hoy un lugar preferencial en mi biblioteca.
Mi admiración temprana por El Negro se remonta a mis primeros años post secundaria, cuando comencé simultáneamente a leerlo con mayor consciencia (hasta en las paredes de los baños públicos) y a frecuentar el bar “El Cairo”. A partir de allí debo reconocer, con una alta dosis de pudor, que ha influenciado significativamente mi manera de escribir. Para quienes hemos admirado su manera franca y campechana de hablar, su participación en el cierre del III Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Rosario en noviembre de 2004, es un legado invalorable. Para comprender a El Negro Fontanarrosa basta con mirar la acalorada defensa que hizo entonces de las malas palabras. “Cuidémoslas, porque las vamos a necesitar”, dijo entonces frente a las autoridades de la Real Academia Española. Sublime.
Hoy, 26 de noviembre, es el cumpleaños de El Negro. Levanto una copa en su memoria.