La imagen que acompaña a este texto fue tomada en un aula en el Siglo XIX (la tomé prestada del blog Historia de la Educación Argentina). Quiero proponerles un ejercicio: retocar esta fotografía tanto como nos sea posible. No, no con Photoshop, usemos la imaginación que es mucho más poderosa y es gratis. Qué les parece si empezamos dándole algo de color al póster. Pero no mucho; recuerden que las imágenes de próceres deben “sudar” historia. La pared blanca que quede blanca, como los guardapolvos. Para los pupitres podemos usar dos colores diferentes: negro mate para las patas de hierro y marrón veteado para la madera. Sobre el pupitre de la nena de trenzas hay un tintero. ¿Qué opinan? Bien, va azul entonces. Mezclando negro, blanco y marrón podemos armar una buena variedad de colores. Ahora, a elegir cabezas: castaño claro, negro, marrón, castaño oscuro, y así. Sigamos. Los labios de la maestra solo pueden ser rojos. Bien rojos. Y detrás de ella, el pizarrón de un color gris pizarra. O verde. Creo que ya estamos. Con este simple ejercicio hemos logrado, como tirando de una soga, traer la escena algunas décadas más cerca de nuestros días. Pero qué les parece si tiramos un poco más. Digo, ¿y si apoyamos una mochila con un estampado de Hannah Montana contra la pata del pupitre de la segunda fila? Imaginemos también que al chico que está más cerca en el plano, en la tercera fila (peinado con una prolija raya al costado), le ponemos un celular entre sus pulgares. Y para terminar, al alumno que está parado le cambiamos el papel que tiene en la mano por un iPad. La pregunta ahora es: ¿cambió algo? Yo creo que no. Estoy convencido de que nada ha cambiado. Bueno, sí, hemos modernizado en parte la imagen, pero en el fondo nada ha cambiado.
Es sábado, son poco más de las 11 de la mañana y mi hija de 9 años se acerca, me pone un brazo sobre los hombros (una de sus más efectivas armas de seducción) y me dice: “Pá, ¿me prestás el celu?”. Una hora más tarde me hace escuchar en mi propio teléfono un programa de radio de 30 minutos íntegramente hecho por ella, en el que editó e intercaló su propia locución con varios temas musicales de diferentes intérpretes. Mientras tanto veo a mi hijo de 15 —futuro periodista deportivo— sentado en uno de los sillones del living tecleando en la notebook. Seguramente está actualizando la página deportiva que creó hace ya algunos meses en Facebook y cuya cantidad actual de seguidores sería la envidia de más de un medio profesional.
Mi rutina empieza cada mañana con el grito del reloj. Los chicos duermen en la confianza de que papá los despertará a tiempo para vestirse y desayunar (o con la secreta esperanza de que se quedará dormido). Vamos caminando al colegio y en el camino se van sumando los compañeros, los padres de los compañeros, los conocidos, los desconocidos y todos los que a esa hora inhumana de la mañana convergen junto a nosotros en la puerta para despedir a los nuestros. Una escena digna de The Walking Dead. Dependiendo del día, los chicos —nuestros hijos— pasan entre cinco y siete horas en el colegio.
“No está permitido el uso de teléfonos celulares dentro de la escuela. […] El mismo criterio se utilizará en el caso de reproductores de audio/video o cámaras digitales durante las horas de clase”. Al incluir este fragmento en el reglamento —sí, esto forma parte del reglamento 2013— las instituciones educativas intentan tapar el sol con la mano en pleno Siglo XXI, ignorando la extraordinaria potencialidad pedagógica que conlleva el uso de las nuevas tecnologías en el aula.
Mientras tanto, en mi casa viven una locutora de radio de 9 años y un periodista deportivo de 15 que cada mañana, dependiendo del día, pasan entre cinco y siete horas en el Siglo XIX.
4 comentarios en «Paseando por el Siglo XIX»
Muy bueno el artículo. Nunca se me ocurrió pensar que un aula con alumnos en este siglo XXI tendría tanta similitud con los de allá por el siglo XIX. Creo que esa gran diferencia es que aquellos niños – aprendían – las maestras concurrían todos los días a dar clase y para ello, los fines de semana preparaban lo que enseñarían a sus alumnos a partir del lunes.- Como decía mi abuelo, «el progreso nos mata»
Excelente artículo. Comparto plenamente, especialmente la última frase, es estremecedora.
Saludos,
Carina
Ok, es algo que se dice en muchos lugares. Por suerte, la gobernadora Vidal derogó dicha resolución para la Prov. de Bs. Aires, y ahora «no está prohibido».
Pero lo más importante es cambiar la forma de pensar, no tecnologizar. Incorporar el celu o la compu sirve únicamente como motivador, pero si se transforma en una «hoja electrónica» no sirve de mucho tampoco.
Gracias, Martín, por tu comentario. Coincido en que no se trata solo de incorporar tecnología, sino de pensar la educación (y el sistema educativo) con los ojos puestos en el futuro, porque es ahí donde estarán nuestros estudiantes.