El reciente reconocimiento a Google por parte de la NHTSA (Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras) de los Estados Unidos en relación a que la computadora que controla los vehículos autónomos puede ser considerada como el conductor, allana el camino hacia un futuro que se nos viene encima.
Cisco Systems sostiene que para el 2020, más del 95% de las cosas que conocemos estarán conectadas a Internet.
50.000 millones de «cosas» se comunicarán entre sí a través de procesos automatizados, generando cientos de miles de terabytes de información que se procesarán en segundos para tomar acciones con el único objetivo de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. A esto le llamamos Internet de las Cosas (IoT).
La capacidad de encender y regular el equipo de aire acondicionado a través de un smartphone es parte del presente. Sin embargo, el concepto de Internet de las Cosas está en nuestras vidas desde hace bastante tiempo. Una cafetera eléctrica con un temporizador que permite programar su encendido de forma tal de tener el café listo y caliente por la mañana es IoT. Cualquier auto con inyección electrónica (hoy, casi todos) reemplaza el carburador por un mecanismo de inyectores de combustible
controlados por una computadora que, en función de la lectura de determinados parámetros, establece la relación más eficiente de envío de combustible al motor. Eso también es IoT.
La década de los ’90 fue, con la masificación de Internet, una revolución equiparable a la Revolución Industrial. Internet de las Cosas nos enfrenta a una revolución de tal envergadura que la Revolución Industrial quedará en tinieblas. Estamos parados frente a un tsunami, impávidos. Es hora de que tomemos conciencia de esto y nos pongamos a trabajar. Tenemos las información necesaria para evaluar el contexto actual, y las herramientas necesarias para adecuarlo a los cambios que se vienen. Y serán muchos. No se trata solo de más tecnología. Se trata de una nueva forma de tecnología. La era de Internet de las Cosas nos llevará a repensar todas las formas de nuestra vida. La educación, la salud, el trabajo y el ocio se verán «atravesados» por esta nueva forma de vivir la tecnología.
¿Cómo? Veamos algunos ejemplos.
Llevamos más de una década hablando de la casa inteligente. Un espacio habitacional plagado de sensores que regulan la temperatura, la iluminación y los servicios en función de parámetros variables, logrando una optimización de energía hasta ahora impensada. Philips Hue es solo un ejemplo de esto.
Ya basta de llevar el auto al mecánico antes de salir de vacaciones para enterarnos de todo lo que no funciona, se debe reparar o se debe cambiar. Sensores conectados a la computadora de nuestro auto realizarán una evaluación constante de cada uno de los elementos vitales para un funcionamiento placentero y seguro. Ante la detección de cualquier desperfecto (real o potencial), el sistema reporta al fabricante, determina los repuestos necesarios e informa al propietario la dirección del taller oficial más cercano. Por supuesto, allí lo estarán esperando con los repuestos listos para realizar la reparación.
Las ciudades digitales (smartcities) constituyen uno de los objetivos centrales de Internet de las Cosas. La gente vive mayoritariamente en las ciudades, donde estacionar es imposible, la atención de las emergencias depende de un desplazamiento ágil y seguro, la iluminación impacta de manera directa en la economía y la seguridad, y la densidad y movilidad de sus habitantes determina las estrategias de gestión del transporte público. Los invito a ver lo que está haciendo Barcelona al respecto.
Confieso que me cuesta verme parado frente al inminente tsunami de brazos cruzados. Tenemos una herramienta de alto poder de fuego para enfrentarlo con éxito: educación.
Este futuro inmediato con olor a presente cambiará nuestras formas de trabajo a punto tal que algunos puestos desaparecerán por completo. Tenemos la obligación y la responsabilidad de preparar a la sociedad para este cambio.
Pero primero debemos asumir que la ciencia ficción es cosa del pasado, que ya no existe. De otro modo, nos encontraremos dentro de 10 o 15 años abriendo un diario de papel digital para buscar trabajo como calibrador de termómetros y nos sorprenderemos preguntándonos en qué momento el mundo cambió.