Llega un momento en la vida de las personas en el que pasan de acostarse con la preocupación de quedarse dormidas a la certeza de que despertarán antes de que suene la alarma del reloj. A mí ya me llegó.
A las seis de la mañana el noveno piso todavía es un refugio silencioso. Mientras camino a tientas por el pasillo escucho que en la cocina se apaga el motor de la heladera. Llego al baño y desde la puerta escucho un sonido cadencioso, constante, perfecto. Prendo la luz, apoyo las manos a cada lado del lavatorio y —entre dormido e hipnotizado— miro. Empieza apenas por una protuberancia que se tensa a medida que se va cargando para, finalmente, desprenderse y caer. Una y otra vez.
Según el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), una canilla que gotea cada un segundo desperdicia 7.665 litros de agua al año.
En Argentina hay 12.171.675 hogares (Censo 2010). Si en cada hogar hubiera una canilla goteando, estaríamos derrochando más de 93 millones de metros cúbicos de agua al año, equivalente a la cantidad de agua que cae por las Cataratas del Iguazú en un día.
Uso eficiente del agua
La eficiencia en el uso del agua es uno de los indicadores que mide con frecuencia la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
A nivel mundial se utiliza en promedio un 70% del agua para la agricultura, principalmente para riego. Sin embargo, ese uso está lejos de ser eficiente: el 40% se desperdicia de manera directa o indirecta.
Pero, ¿cuál es el impacto de una utilización ineficiente del agua?
Veamos. Producir un kilo de lentejas require 1.250 litros de agua, mientras que se deben consumir 13.000 litros para obtener un kilo de carne. No hace falta seguir haciendo cuentas para entenderlo. Desperdiciar agua tienen un impacto directo en la producción de alimentos.
Internet de las Cosas y el agua
Ya no basta con hacer mejor lo que ya se está haciendo: hay que cambiar. Cuando llegó Internet en la década del 90, los inmigrantes digitales hicimos el intento infructuoso de adaptar esa nueva tecnología a nuestra forma de decir y hacer. Lentamente —y con algunos golpes— entendimos que era al revés: Internet impuso cambios sustanciales en nuestra forma de comunicarnos, de trabajar, de entretenernos. Cambios a los que el smartphone puso su sello distintivo.
Creo que uno de los aspectos más relevantes de la llegada de Internet fue la percepción, o más bien la certeza —mediante la comprobación— de que cada cosa que decimos, hacemos o dejamos de hacer puede tener un impacto directo o indirecto en el resto de las personas, especialmente por una cuestión de escala (Internet nos permite, por ejemplo, tener 7.000 amigos e igual cantidad de detractores).
La 4ª Revolución Industrial nos enfrenta ahora a un debate diferente. Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés), buque insignia de esta nueva revolución, nos saca del centro de la escena para redirigir el protagonismo hacia los objetos. Internet de las Cosas traslada a las «cosas» no solo la capacidad de comunicarse, sino también la función de decidir y hacer.
Internet de las Cosas traslada a los objetos la eficiencia que nosotros no somos capaces de alcanzar.
¿Cómo puede ayudar Internet de las Cosas a maximizar la eficiencia en el uso del agua?
De muchas maneras. Los sistemas de riego automatizados —por tomar un caso— se basan en temporizadores, mecanismos basados en un reloj que activa los aspersores en función de la hora del día. Estos sistemas han sido un gran avance sobre el riego manual tradicional, ya que permiten gestionar una superficie significativamente mayor minimizando la afectación de recursos humanos. Sin embargo, estos sistemas están todavía muy lejos de los niveles de eficiencia esperados:
- La extensión de los tendidos de cañerías dificulta o impide la detección visual de fugas.
- El caudal de agua es el mismo durante todo el proceso de riego con independencia de las características del suelo o las condiciones del cultivo.
- La automatización por temporizador no tiene en cuenta las condiciones climáticas.
- No se puede controlar la calidad del agua esparcida.
Una solución de Internet de las Cosas permite, mediante la aplicación de diferentes tipos de sensores, medir la presión en las cañerías con un nivel de precisión suficiente para determinar la existencia de fugas y, eventualmente, su localización. Sensores de alcalinidad, humedad y temperatura brindan la información necesaria para establecer la cantidad precisa de agua que deben aplicar los aspersores. Ni más ni menos. Esto, claro, siempre y cuando los sensores de lluvia no detecten precipitaciones, en cuyo caso el sistema se autoconfigura para dejar que la naturaleza haga su trabajo. Mientras tanto, un modelo predictivo planifica las necesidades futuras de agua en base a la información del servicio meteorológico.
Lejos de ser una excentricidad, la aplicación de soluciones de Internet de las Cosas para el uso eficiente del agua es una necesidad inmediata.
Muy pronto, las personas como yo se irán a la cama no solo con la certeza de que se despertarán antes de que suene la alarma del reloj. Una aplicación en el smartphone les avisará que la canilla de la cocina está goteando mientras un actuador cierra la llave de paso maestra.