Julio de 2016. El abogado de 37 años Joshua Neally salió temprano de su oficina en Springfield, Missouri, para asistir al cuarto cumpleaños de su hija. Se sumó al tráfico de la autopista y encendió el piloto automático de su Tesla Model X. Unos minutos después sintió una molestia en el abdomen. Pensó que era un dolor muscular, pero pronto se extendió hacia arriba y el dolor le oprimió el pecho. Casi imposibilitado de manejar, le ordenó a su Tesla que lo llevara al hospital más cercano, y no recuerda mucho más. Sobrevivió a una embolia pulmonar gracias a la función Autopilot incluida en el Tesla Model X.
James Green es un músico y diseñador de 28 años que vive en Manhattan. Es además un Apple Fanboy que en el 2015 compró el primer modelo de Apple Watch lanzado por la compañía de la manzanita. Dos años después, en octubre de 2017, la aplicación HeartWatch (una aplicación desarrollada por terceros) le envió un alerta: su ritmo cardíaco era muy elevado comparado con sus registros históricos en reposo. Buscó atención médica de urgencia, y una tomografía comprobó que estaba a punto de sufrir una embolia pulmonar. Su «viejo» wearable le había salvado la vida.
De las 57 millones de muertes registradas en el mundo en el último año, más del 50% corresponden a enfermedades o problemas vasculares. Solo la cardiopatía isquémica y el accidente cerebrovascular aportaron 15 millones de defunciones a las estadísticas mundiales.
A su vez, los accidentes de tránsito contribuyeron con 1.3 millones de muertes, el 94% de ellas por error humano.
El estudio Accelerating the Future: The Economic Impact of the Emerging Passenger Economy elaborado para Intel por Strategy Analytics revela que entre el 2035 y el 2045 podrían evitarse 585.000 muertes gracias a los vehículos autónomos. Este pronóstico tiene fundamento: en Estados Unidos se produce en promedio una muerte cada 94 millones de millas, mientras que el sistema Autopilot de Tesla tiene una muerte en su haber luego de haber recorrido 130 millones de millas.
Efectos colaterales
Con un promedio de 2500 intervenciones al año, Argentina es líder en transplantes de órganos en la región. Sin embargo, esta cifra está muy lejos de satisfacer las necesidades: la lista de espera supera los 11.000 pacientes. Esta situación es similar en todo el mundo. Según el Observatorio Global de Donación y Trasplante de la OMS (Organización Mundial de la Salud), en el año 2015 se realizaron 126.670 transplantes. Esto fue posible gracias a los 31.812 donantes fallecidos.
Aunque, producto de las campañas de concientización, las tasas de donación de órganos crecen cada año, la 4ª Revolución Industrial nos plantea una paradoja: los vehículos autónomos, los dispositivos wearables y soluciones de eHealth, Internet de las Cosas y las Smart Cities reducirán significativamente la cantidad de donantes cadavéricos. Según Strategy Analytics, 585.000 muertes menos en el decenio 2035-2045 solo por accidentes de tránsito.
No solo jamón
Ante la oferta insuficiente de órganos humanos para satisfacer la demanda de trasplantes, los cerdos podrían ser de gran ayuda. El xenotrasplante (trasplante entre especies diferentes) sería posible gracias a la similitud en tamaño y anatomía de los órganos humanos con los del cerdo. Pero hay un problema: los cerdos tiene virus (conocidos como retrovirus) incrustados en su ADN potencialmente nocivos para el ser humano.
Un equipo de investigadores de eGenesis —una empresa de biotecnología de Boston— está haciendo avances importantes para desactivar el retrovirus de las células del cerdo mediante técnicas de edición genética. De los 37 lechones modificados genéticamente sobrevivieron 15, pero esto recién empieza. Por su parte, otro equipo especializado está modificando ciertas moléculas de sus células para minimizar el rechazo del sistema inmunológico humano.
Estos avances genéticos permitirán en el futuro disminuir —o tal vez eliminar— las listas de espera.
Qué esperar
Aunque los beneficios hoy están a la vista, la Revolución Industrial (la primera, la del siglo XVIII) tuvo un impacto económico, social y tecnológico para el que la población no estuvo preparada, simplemente porque nadie fue capaz de predecir sus efectos colaterales. Las ciudades, sin infraestructura suficiente, tuvieron que albergar a cientos de miles de campesinos que migraron producto de la industrialización. Sin reglas claras, la explotación infantil creció exponencialmente. Las flamantes fábricas se llenaban de niños (a algunos los hacían trabajar desde los 6 años) y mujeres en condiciones hoy inaceptables.
No tardaremos mucho en reemplazar el núcleo familiar tradicional abuelo-padre-hijo por bisabuelo-abuelo-padre-hijo.
Posiblemente con la 4ª Revolución Industrial nos vaya un poco mejor si somos lo suficientemente imaginativos para predecir sus efectos no deseados. No cabe ninguna duda de que la esperanza de vida de la población —en condiciones saludables— continuará aumentando. ¿Cuánto? No lo sabemos, pero no tardaremos mucho en reemplazar el núcleo familiar tradicional abuelo-padre-hijo por bisabuelo-abuelo-padre-hijo. Tenemos que ocuparnos ahora, porque esa maravilla será a su vez nuestra espada de Damocles.
Emulando a Isaac Asimov, tenemos que imaginar ecuaciones que nos permitan atender un futuro que no podemos predecir con exactitud, pero que sabemos hacia dónde nos lleva.