El nido del hornero no solo es una maravillosa obra de ingeniería sino que es un ejemplo de trabajo en equipo. Cada año la pareja construye el nido amasando con sus picos una mezcla de barro, paja y ramitas que mezclan con la saliva para formar una argamasa que logra una dureza sorprendente. La “casita” del hornero está preparada para aguantar las lluvias más fuertes y los vientos más desgraciados. Es algo así como un monoambiente con la habitación separada de la entrada por un tabique curvo.
Nuestro nido fue un poco diferente. Digamos que bastante. Se pareció más al nido del carpodaco, en el que el mayor esfuerzo recae en la hembra y se construye con lo que se puede, lo que se tiene y lo que se encuentra (el nido del carpodaco incluye pedazos de papel, desechos plásticos, trozos de lana, etc.).
Pero a pesar de todo tengo que decir que nos salió (o le salió, a ella, a la que hizo el esfuerzo mayor) bastante bien. Este nido nos dio todo lo necesario para que nuestras crías crezcan fuertes y sanas.
Y nuestras crías crecen.
Anoche la pista se inundó de música, luces, rayos láser de colores, espuma y una bandada de chicas y chicos gritando a coro. En el medio, la más chiquita de nuestras crías saltaba feliz festejando sus 12 años.
Mientras la miraba me descubrí repasando nuestra historia. La de ella, la mía con ella, la nuestra. Reviví la sensación de haberla tenido en mis brazos con apenas minutos de vida, tratando —por cuarta vez— de convencerme de que yo era su papá. Me vi sonriendo frente a esa carita de 3 años tapada de rulos colorados, y a sus 6 años, trepada a mis hombros mirando los aviones. Reviví las corridas sosteniendo la bicicleta mientras ella se empecinaba en alcanzar el equilibrio. Nuestras charlas camino al colegio, peleándole cada centímetro al frío del invierno.
Ahora, en esta mañana de domingo en la que la fiesta quedó atrás y todavía todos duermen, me siento a escribir y recuerdo la cara de satisfacción de su mamá (porque, claro, ella estuvo en todo), la compañía incondicional de sus hermanos, y su propia felicidad, y entonces pienso que sí, que nos salió bien. No será el de un hornero, pero nos salió bien. Sabemos que de a poco nos va a empezar a quedar grande, pero es nuestro nido, y pucha que nos salió bien.