Al final todo se reduce a una cuestión de escala.
El domingo salí a cazar temprano («Cazar para la manada», Sep-2012). Según el ticket del estacionamiento llegué al Jumbo de Palermo a las 08:17. Detesto ir al supermercado pero tengo que ir, y prefiero hacerlo los domingos bien temprano, cuando casi todo el mundo duerme y el coto de caza está enteramente a mi disposición.
Con un estacionamiento virtualmente desierto, dejé el auto en el primer lugar, el más cercano a la entrada. Caminé los quince o veinte metros que me separaban de la puerta cuando sentí el golpe. El Toyota Corolla color gris plata estacionado al lado acababa de chocar mi auto mientras intentaba salir marcha atrás. Un evidente error de cálculo que dejó su rastro en la humanidad de mi autito.
No me moví. Desde la puerta vi cómo uno de los vigiladores —que estaba a unos pocos metros— se acercaba al Toyota con la evidente intención de intervenir, ayudar, tomar datos o lo que fuera. También vi su sorpresa cuando el conductor (digo “el” en tanto ser humano, sin distinción de género) retrocedió lo más rápido que pudo y sin intercambiar una palabra escapó del estacionamiento. Porque no se fue, escapó.
Me acerqué para hacer un “relevamiento de daños”. El vigilador seguía inmóvil al lado de mi auto. “Pude anotar la patente”, me dijo y me dio un papelito con los datos garabateados en el aire.
Esto, que bien podría ser una anécdota, para mí es mucho más que eso. Es una pequeñísima muestra de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que según parece queremos seguir siendo. Quien fuera que manejaba el auto tuvo la oportunidad de bajarse, de dejar sus datos, de disculparse. Sin embargo eligió el camino de la impunidad.
No es la primera vez que digo —y ciertamente no soy el primero ni el único en decirlo— que estos tiempos de cambios políticos nos están embruteciendo. Para algunos es tan difícil salir de la opción dogmática del blanco/negro o Newell’s/Central (bueno, Boca/River si quieren) que evito cualquier tipo de discusión política, actitud que varios interpretan como un acto de cobardía o de falta de argumentos para debatir. Como quieran. “Soy selectivo en mis batallas. A veces es mejor tener paz que tener la razón” leí por ahí.
De todos modos confieso que me cuesta digerir ese doble estándar que nos habilita a cometer muchos pequeñitos actos de corrupción (la impunidad es en sí misma un acto de corrupción) y aún así sentirnos con el derecho a denostar a los gobernantes pasados o en curso —y a los políticos en general— por el solo hecho de que sus actos son de una escala comparativamente mayor.
Acá es donde corresponde contraargumentar que no es comparable porque los políticos roban la plata que es de todos. Decenas, cientos, miles de millones más las casas y los autos de Lázaro.
Cuando me vendés algo y no me das la factura estás robando la plata de todos, papi, así que no te indignes tanto. Aunque no te la lleves a Panamá, sos un corrupto. Ah, y tus hijos, los que te ven haciendo eso, quizás sean en el futuro los políticos que gobiernen a mis hijos. Punto.
Para colmo, las redes sociales nos dan la oportunidad de compartir, retuitear, comentar o megustear cualquier cosa. Esto es pavorosamente útil para enardecer a los grupos antagónicos: fotos trucadas, frases fuera de contexto o citas con flojísimo respaldo documental inundan nuestra cotidianeidad. Y como a nadie se le ocurre dedicar tres minutos de su vida a investigar (y no me refiero a contratar al CONICET, alcanza con googlear) le damos para adelante. Total… Retuit.
No sé quién chocó mi auto en el estacionamiento, pero es muy probable que el señor o la señora Toyota Corolla gris plata haya llegado a su casa, se haya preparado un café con leche para acompañar las medialunas calentitas que compró en el Jumbo de Palermo, haya abierto el diario para indignarse con las noticias del día y haya llegado a la conclusión —una vez más— de que los políticos son una mierrrda (así, con énfasis en la «r», como decía el Negro Fontanarrosa).
Y quizás haya tenido razón, hay políticos que son una mierrrrda. Como muchos de nosotros.
La única diferencia es la escala.
2 comentarios en «Cuestión de escala»
Es Excelente y no hay palabras mas claras para describir lo q somos en pequeñas o grandes actitudes cotidianas!!
¡Gracias, Cristina! Ojalá logremos que nuestros hijos sean el punto de inflexión para una generación diferente.