A un paso de distancia
Fue hace tanto tiempo y hace tan poco. Imaginé ese momento durante meses. Nueve meses. Imaginé lo que pude. Y no me culpo, porque lo que se siente llegado el momento es imposible de predecir para cualquiera. Nos pasa a cada rato. Podemos imaginar el calor sofocante que tendremos el próximo enero, pero difícilmente podamos anticipar las sensaciones que nos depara ese día de cuarenta y dos grados de sensación térmica. Y si nos pasa con algo que hemos vivido infinidad de veces, ¿cómo podría no pasarnos con una experiencia tan absoluta y totalmente nueva como esta? (más…)


describirlo de alguna manera. Empezó en mi natal Córdoba, en el colegio jesuita San José para seguir, ya en Rosario, en la Medalla Milagrosa, en Alberdi. Fue por esa época que mi viejo entró a trabajar en MetCon, en Villa Constitución, y hacia allá fuimos todos. A mis seis años no tenía la capacidad intelectual (que si alguna vez tuve, ahora estoy perdiendo) para medir el enorme esfuerzo que mi viejo estaba haciendo: su trabajo en MetCon, de noche, era un complemento a su trabajo principal en el Banco Nación, en Rosario, a donde viajaba todos los días. Nos instalamos en Arroyo del Medio, en una casa bellísima que nos prestó —o alquiló, no sé— mi tío. La casa estaba en medio del campo y lindaba con el arroyo (el «del Medio»), hecho que según recuerdo mantenía a mi mamá con los pelos de punta. 


El bar «El Cairo» tiene eso. La gente llega, se sienta y conversa como si el resto no existiera. Más aún, conversa como si el resto de las mesas estuviera ocupado por gente conocida. Lo más probable es que no lo sea, que solo se conozcan las caras a fuerza de hábito. Y entonces pasan cosas como que un señor (cuya cara me resulta familiar pero que no conozco) se siente en la mesa de al lado, me salude con un «hola» y me pida que le enchufe el cable de la notebook. Porque, como cada vez que vengo, estoy sentado en la última mesa contra el ventanal sobre la calle Sarmiento, donde están los enchufes.