Lecturas subterráneas 7
Mientras bajamos por la escalera le pongo una mano sobre el hombro. Lo noto ansioso. Despacio, apoyando ambos el mismo pie en el mismo escalón al mismo tiempo, nos adentramos en ese mundo húmedo y penumbroso. Los sonidos se mezclan en la transición hasta convertirse en puros chirridos metálicos y voces guturales. Llegamos a los molinetes y su sorpresa no es poca al ver que solo apoyo una tarjeta para pasar al andén. (más…)

El 4 de abril de 2012 a las 19:45 h salí con el auto para llevar a mi hermana a Ezeiza. Después de 15 o 20 minutos se descargó sobre Buenos Aires lo que fue —me enteraría poco después— un tornado sin precedentes. Vientos de más de 120 kilómetros por hora, árboles desplomados sobre la autopista y carteles caídos y destrozados fueron solo algunas de las cosas que vimos y vivimos.
El último encuentro con mi psiquiatra me dejó preocupado. Fueron días difíciles para mí y se vieron reflejados en el trato indiferente que le di, al abrigo del viejo jacarandá. Trato que no se merece, no por mérito propio sino porque a esta altura creo que no se merece trato alguno.
Se abre la puerta y así, sin pensarlo, me bajo. No sé en qué estación estoy pero me bajo. Sigo a la multitud que se encamina hacia la escalera mecánica, piso el primer escalón y me dejo llevar. Recién soy consciente del tránsito de la avenida Pueyrredón cuando me encuentro parado al borde del cordón esperando que el semáforo me habilite a cruzar. Los sonidos me llegan de a uno, dosificados. Ruidos de motores, bocinas, voces, me asaltan sin mezclarse. También una sirena, lejos. La silueta blanca se enciende y entonces camino. Camino solo. Solo camino.
Empezó el calor y se hace sentir. Se dice que en la época estival hay que usar ropa de colores claros. De todos modos, no está para usar camisa de manga larga, y mucho menos con los brazos cruzados sobre el pecho y las puntas de las mangas atadas a la espalda.