La biblioteca del topo

La biblioteca del topoLa corriente de aire tibio en la cara le dio la certeza de estar en territorio conocido. Sabía perfectamente que esa columna invisible que se desplazaba de izquierda a derecha era empujada por la formación como el émbolo empuja el contenido de la jeringa. También sabía que solo él sabía que en cuestión de segundos aparecería por el túnel el primer vagón arrastrando tras de sí a cientos de pasajeros comprimidos.

Entrar es otra cuestión. Sabe que la puerta está ahí, pero la información que le brinda su bastón se contamina con los movimientos bruscos y golpes propinados por las piernas de «la gente». Así les dice. «La gente». Los que están apurados. Los que ya dejaron pasar uno y en este van a subir sí o sí. Los que vieron que la chica se está levantando y están decididos a ocupar ese asiento cueste lo que cueste. Y los que lo dejan pasar. A él. Al cieguito. Al que ven todos los días. Al que recorre el pasillo murmurando bajito sin que nadie sepa qué dice exactamente. Al cieguito que ahora avanza con su jarrito de aluminio esperando sentir el tintineo de alguna moneda para intercalar un balbuceo ininteligible.

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