Turistas
Bar. Envuelvo la taza con las manos mientras miro hacia afuera, hacia la calle. Junto a la vereda se estaciona el colectivo turístico de doble piso y abre la puerta. Empieza a subir un grupo de gente que no había visto antes. El calor todavía no llegó a Buenos Aires, una buena razón para quedarse en el piso cerrado en lugar de hacer el recorrido en el piso superior descubierto. La mayoría parece estar de acuerdo con mi razonamiento; de a poco se ocupan casi todos los asientos. Revuelvo el café una vez más y recorro el interior del bar. No hay casi nadie, a excepción de dos hombres en una mesa bastante alejada y de una mujer sentada a la mesa que está contra la pared, justo debajo del televisor eternamente sintonizado en TN. El colectivo todavía está estacionado frente al bar, pero ahora veo dos cabezas que se recortan contra el celeste intenso. Dos mujeres. Dos chicas, calculo de entre 25 y 30 años. Una de ellas me mira.
Bueno, a decir verdad mira en dirección a donde yo estoy, pero no puedo afirmar que me esté mirando precisamente a mí. Le dice algo a su compañera de asiento y vuelve a mirar. Sí, me mira a mí. Me mira y sonríe. Sin dejar de mirar hacia donde debería estar el techo del colectivo me llevo la taza a la boca e inmediatamente me quemo. La chica mira ahora en todas direcciones moviendo la cabeza como si estuviera preparando los músculos y articulaciones para lo que se viene. Sus movimientos son por momentos tan extremos que me recuerdan a una lechuza. Pero no se parece en nada a una lechuza. No sé a qué se parece, pero seguro que a una lechuza no. En realidad se parece a una mujer. Bueno, es una mujer. Occidental. Desde mi ubicación detrás del ventanal puedo ver con claridad que las dos tienen rasgos occidentales. Si hubieran tenidos rasgos orientales no habría dudado de su condición de turistas, pero tienen rasgos occidentales. Y deben ser turistas, por qué no. O acaso solo los orientales pueden ser turistas. Además, ¿quién más contrataría una excursión por la ciudad arriba de un colectivo turístico que no sea un turista? O una turista. O dos, como en este caso. Son turistas. Las dos, eso está claro. Y occidentales. Turistas latinoamericanas. Paraguayas o chilenas. O uruguayas. Aunque por su forma de gesticular, de comportarse una ante la otra, podrían ser brasileras. Sí, mejor brasileras. Están viniendo mucho de Brasil a hacer turismo a la Argentina. Les conviene el cambio. Como a los yanquis, a ellos también les conviene. Claro, vienen con dólares y acá se hacen una fiesta. Sí, perfectamente podrían ser norteamericanas. Norteamericanas de Estados Unidos o de Canadá, porque los canadienses también son norteamericanos. Igual que los mejicanos. Porque nada hay en sus rasgos que impida que sean mejicanas. Pueden perfectamente ser mejicanas. O chilenas, O paraguayas. Pero seguro que vienen de Estados Unidos. Porque les conviene el cambio. Me concentro en los movimientos de sus labios e intento reproducirlos involuntariamente, lo que me hace recordar que el café estaba muy caliente. Es lo que pasa en este bar, siempre se pasan con la temperatura del café. Por eso cuando vengo dejo la taza un rato sobre la mesa para que se enfríe un poco. Porque si no me pasa esto, me quemo. Otra vez me está mirando. Viene a mi mente un fragmento de una novela de Hemingway, «Verdes colinas de África». Viene a mi mente, el fragmento de la novela, porque estoy mirándola fijo y de pronto gira la cabeza en dirección a mí y me topo con su cara de manera inesperada, como le pasaba a él cuando apuntaba la mira del fusil a la cruz del animal y éste, como si presintiera el inminente desenlace, giraba la cabeza y miraba directo a la lente de la mira telescópica del fusil de Ernest. Su compañera dice algo y ella le responde, pero no deja de mirar en dirección a mí. Mientras el televisor insiste con TN, la taza se encuentra otra vez con mis labios y esta vez el café se derrama con suavidad sobre la lengua. Saboreo la tibieza del líquido que se mezcla con la saliva. Trago, giro la cabeza hacia la ventana y me atraganto, todo al mismo tiempo. Del colectivo solo alcanzo a ver la parte trasera. Se fueron. Las norteamericanas se fueron a conocer Buenos Aires, a girar la cabeza de un lado al otro como lechuzas.
Salgo del bar y me paro junto al cordón, en el mismo lugar en el que minutos antes estaba estacionado el colectivo. Miro en dirección al ventanal y noto que el reflejo de la luz natural sobre el vidrio impide por completo la visión al interior de bar. Entonces meto las manos en los bolsillos del pantalón y empiezo a caminar hacia la 9 de Julio.