Lecturas subterráneas 7
Mientras bajamos por la escalera le pongo una mano sobre el hombro. Lo noto ansioso. Despacio, apoyando ambos el mismo pie en el mismo escalón al mismo tiempo, nos adentramos en ese mundo húmedo y penumbroso. Los sonidos se mezclan en la transición hasta convertirse en puros chirridos metálicos y voces guturales. Llegamos a los molinetes y su sorpresa no es poca al ver que solo apoyo una tarjeta para pasar al andén. (más…)

Se abre la puerta y así, sin pensarlo, me bajo. No sé en qué estación estoy pero me bajo. Sigo a la multitud que se encamina hacia la escalera mecánica, piso el primer escalón y me dejo llevar. Recién soy consciente del tránsito de la avenida Pueyrredón cuando me encuentro parado al borde del cordón esperando que el semáforo me habilite a cruzar. Los sonidos me llegan de a uno, dosificados. Ruidos de motores, bocinas, voces, me asaltan sin mezclarse. También una sirena, lejos. La silueta blanca se enciende y entonces camino. Camino solo. Solo camino.
Empezó el calor y se hace sentir. Se dice que en la época estival hay que usar ropa de colores claros. De todos modos, no está para usar camisa de manga larga, y mucho menos con los brazos cruzados sobre el pecho y las puntas de las mangas atadas a la espalda.
La puerta se abre como respuesta a dos toc toc breves. Grande es mi sorpresa cuando veo que quien la abre no es mi psiquiatra, sino un hombre joven con guardapolvo blanco. Apenas se cierra la puerta tras de mí, veo a mi psiquiatra salir rápidamente a mi encuentro caminando de un modo que me recuerda graciosamente a un pingüino. Ya frente a mí, hace un intento infructuoso por darme la mano. “Linda camisa”, le digo como para disimular el mal momento. Hace con la cabeza un claro gesto para que lo siga y camina en dirección a su consultorio. Lo sigo de cerca, contando mentalmente la cantidad de hebillas que se disponen en forma vertical en su espalda.
Llevo casi 20 años viviendo en Buenos Aires. Llevo casi 20 años viajando en subte. Y llevo casi la misma cantidad de años leyendo en el subte. Pero fue recién en julio de 2010 que se me ocurrió prestar atención a lo que leían los otros. Los otros pasajeros, digo. Y fue un descubrimiento sorprendente. Más que un descubrimiento, fue como atender a un llamado. Toc, toc. Un llamado.