La difícil
Más o menos por la misma época en la que yo empezaba mi relación con la literatura (recortando durante la siesta las páginas de la colección de revistas Selecciones de mi abuela), llegaban a mis manos las primeras adicciones. Era el año 1968 y mientras el mundo de los grandes se concentraba en los preparativos de lo que sería la hazaña de Neil Armstrong en julio del año siguiente, nuestro mundo llegaba a su cenit en los recreos de segundo grado. Esperábamos el sonido de la campana con la mano en el bolsillo del guardapolvo, tanteando el «toquito» de figuritas repetidas que habíamos seleccionado para cambiar.
Ahora que lo pienso creo que fue allí, con esa práctica, donde empezaron a forjarse los grandes empresarios, los buscavidas y también los políticos. La «tapadita» y el «espejito» se codeaban con acciones de trueque de dudosa justicia, negociaciones de alto nivel y también algunas apretadas en los recovecos del baño.
Las que mejor cotizaban eran las de Racing, que venía de ganarse todo. El campeonato local del 66, la Libertadores y la Intercontinental eran justificación suficiente para pedir cualquier cosa a cambio. Racing se repetía en el murmullo del recreo (aunque no todos supieran exactamente de qué hablaban) y la figurita de Roberto Perfumo se convertía en “la difícil”.
Y a mí me empezó a gustar. A mí, que me habían criado con los colores rojo y negro en el chupete, Racing me empezó a gustar.
Después de jugar a la pelota con mis amigos, el 22 de agosto de 1971 volví a mi casa a tomar la leche y le dije a mi mamá: “Quiero ser de Racing”. Todavía retumbaba en mi cabeza el grito en la radio de José María Muñoz cuando el Chango Cárdenas se puso la camiseta del arquero (expulsado) y le atajó el penal al Chango Gramajo, dejando a Central con sabor a leche de magnesia en la boca. Se ve que a mi mamá el comentario no llegó ni a despeinarla, porque el rojo y el negro se me hicieron carne y ya fueron incluso transferidos via cromosomas a mi descendencia.
Lo recuerdo bien. Cinco de Boca (la de Roma entre ellas) me había costado conseguir la de Perfumo en ese recreo de segundo grado. Una transacción calificada por esos años como ruinosa por una mayoría desconocedora de que la figura de Roberto Perfumo, como los buenos vinos, pasaría de siglo con el honor y el respeto de los grandes.