Lecturas subterráneas 3
La puerta se abre como respuesta a dos toc toc breves. Grande es mi sorpresa cuando veo que quien la abre no es mi psiquiatra, sino un hombre joven con guardapolvo blanco. Apenas se cierra la puerta tras de mí, veo a mi psiquiatra salir rápidamente a mi encuentro caminando de un modo que me recuerda graciosamente a un pingüino. Ya frente a mí, hace un intento infructuoso por darme la mano. “Linda camisa”, le digo como para disimular el mal momento. Hace con la cabeza un claro gesto para que lo siga y camina en dirección a su consultorio. Lo sigo de cerca, contando mentalmente la cantidad de hebillas que se disponen en forma vertical en su espalda.
“¿Cómo se llamaba el firulete ese?”, me pregunta aún antes de sentarse. Lo miro con expresión de no entender nada. “El cuchuflo ese que usted pone adelante de la palabra. Ese que parece una porción de pasta frola liliputiense”, agrega. Ah, imagino que se refiere al signo numeral. En algunos lugares lo llaman almohadilla. Es el pound de los norteamericanos. “Ese”, me dice ya sentado y con la mirada perdida más allá de la ventana, más allá del jardín, más allá…
Mientra camino por la calle Arévalo en dirección al #subte no puedo dejar de pensar en mi psiquiatra. No es que sienta pena por él, pero ya tampoco admiración. Me pregunto si el tratamiento que está aplicando a mi TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) es el adecuado. Él afirma que lo es, y que está dando los resultados esperados. No lo sé. Sin embargo, subo al #subte y, siguiendo al pie de la letra sus indicaciones, empiezo a recordar con una precisión que me aterra los tuits que realicé bajo tierra entre marzo y abril de 2011. (más…)