Una de espías

Hace aproximadamente un mes leí una excelente nota publicada en el blog Papel en blanco. Su autor, Sergio Parra, la tituló: «No te equivoques: la literatura no debe ser realista sino verosímil».

En líneas generales, su planteo es que la vida real puede ser mucho menos atractiva que la ficción en la medida en que la ficción sea, justamente, verosímil. «Si la gente suele creerse la realidad es porque se presenta como realidad (en las noticias de la tele, en un periódico, en un ensayo), pero si sabemos de antemano que lo presentado es ficción, entonces ya no nos creemos lo mismo que creeríamos en otro soporte de no ficción», afirma el escritor.

Amante de los lugares comunes, debo decir que el artículo de Parra me viene como anillo al dedo, porque a continuación trataré de contar con la mayor fidelidad posible algo que me pasó esta semana. Les aseguro que fue real, believe it or not (thanks to Jack Palance).

 

Es martes posferiado y tengo que estar en el centro más temprano que lo habitual. Me subo a un #subte casi vacío y llego a mi destino en menos de diez páginas. El sol ilumina solo la mitad del obelisco; la combinación de brillo y opacidad le dan al ícono porteño el aspecto de dos bloques superpuestos. La mañana está fresquita y eso se manifiesta en los peatones: desprevenidos de mangas cortas caminan apurados y apretando el cuerpo, espectantes al cambio del semáforo para cruzar hacia la vereda del sol. Los turistas, como siempre, lucen sus sobrias musculosas, bermudas y ojotas como si estuvieran en Cancún.

Es temprano. Miro el reloj y decido gastar en un bar los veinte minutos de changüí que tengo. Elijo una mesa junto a la ventana y abro el diario mientras el mozo se aleja en busca de un café con leche y dos medialunas de grasa. En la mesa de al lado un hombre de unos 30 años lee la misma página del mismo diario mientras le da un sorbo a su taza: «Las frases más destacadas» del discurso presidencial en Rosario con motivo del bicentenario de la creación de la bandera argentina. En pleno proceso de digestión de la primera medialuna y de la segunda frase, escucho lo que fue el comienzo de una conversación… inverosímil.

«Lo del accidente del tren de Once fue todo armado» dice una voz ronca desde la mesa de al lado y las letras del diario se me desordenan hasta volverse inservibles. Tratando de no evidenciar mi curiosidad, giro la cabeza. Un hombre sesentón, robusto, desaliñado, se ha sentado a la mesa de mi vecino y le tira esa frase sin el menor protocolo. El diálogo sigue más o menos así:

—Armaron el accidente para apretar a los familiares de Cromañón —Es el segundo disparo de la voz gruesa.

—Ajá… —Mi vecino le responde con indiferencia. Es evidente que no le quiere dar bola.

—En serio. Yo sé lo que te digo.

—¿Apretarlos para qué? —Pregunta mi vecino, más por cortesía que por interés.

—Para que abran Bartolomé Mitre.

La trama de una novela negra en tiempo real empieza a darme vueltas en la cabeza; imagino los oscuros objetivos ocultos detrás de la apertura de la calle Mitre, y los objetivos ocultos detrás de los oscuros objetivos ocultos detrás de la apertura de la calle Mitre, y los objetivos ocultos detrás de los objetivos ocultos detrás de los oscuros objetivos ocultos detrás de la apertura de la calle Mitre, y así se me enfría el café con leche y concluyo que lo del accidente ha sido armado por los dueños del bar para venderme un segundo café con leche y de ese oscuro modo engrosar sus ya pingües ganancias.

La voz ronca ataca de nuevo y empiezo a sentir pena por mi vecino.

—Vos no me creés porque no sabés quién soy yo —y sin esperar respuesta se acerca todavía más y baja la voz—. Yo soy el director regional de Interpol. Para toda América Latina. ¿Vos a qué te dedicás?

—Soy contador —Responde pero no lo mira.

—¡Contador! Dame tu número de celular porque te puedo necesitar para un proyecto que tengo.

—No… Yo no tengo celular.

—No te preocupés, anotá el mío y llamame mañana.

Increíblemente, mi vecino de 30 saca del bolsillo su celular y, uno a uno, graba en la memoria del aparato los ocho números que le dicta la voz ronca. «Comisario Bermúdez», le apunta para más datos.

—Ya estoy retirado, por eso estoy de civil, pero yo trabajo todo el tiempo. Tengo que cuidar a la gente. A vos también.

—Bueno —mi vecino se para—, me tengo que ir a trabajar. Hasta luego.

—Llamame mañana —mi vecino ya camina por la vereda y la voz ronca se pone a hojear el diario que quedó sobre la mesa.

Tomo un sorbo de café con leche helado para pasar la última medialuna de grasa. Vuelvo a la página del diario en la que de a poco se empiezan a ordenar algunas letras; su combinación toma forma y sentido conocidos: «justicia», «pericia», «responsables», «justicia», «tragedia», «dolor», «muerte», «justicia» «víbora». ¿Víbora?

—¡Qué hacés, Víbora! —La voz ronca me patea una vez más el tablero del scrabble. A la mesa de al lado llega un hombre flaco y desgarbado que, después de un apretón de manos, se sienta.

—Invitame un té —pide la primera voz.

—¡Ayer pagué yo! ¡Hoy te toca a vos!

—No grités, Víbora —la voz mira con cuidado a su alrededor—. Dale, mañana te invito yo.

Supongo que ante la orden del comisario de no gritar, el «Víbora» no llama al mozo, sino que se levanta y camina hasta la barra para hacer el pedido. La voz, entonces, arremete contra lo único que puede arremeter: contra mí.

—Él es el Víbora.

—Ajá… —digo siguiendo el libreto del contador.

—Yo lo metí en cana en la década del 60, cuando él era el jefe de la barra de Banfield. Ahora labura conmigo. Es un capo el Víbora.

Trato de armar una respuesta juntando letras del diario, pero el regreso a la mesa del esmirriado exbarra me exime de la tarea.

—Tengo un laburo para vos, Víbora. Tenemos que ir a Brasil.

—Pero gordo… yo salí ayer.

—Ah, por eso hacía tiempo que no te veía. ¿En cuál estabas?

—En el Borda.

—¿Y qué? Yo salí la semana pasada, pero tenemos que laburar. Dale, invitame un té.

 

Llegado este punto tuve que irme. Mientras caminaba por Diagonal Norte recordé la nota de Parra y tuve la certeza de que estaba en un brete. Quería escribir sobre esto. Tenía que escribir sobre esto, aún a sabiendas de que, por real que fuera, resultaría absolutamente inverosímil.

Un comentario en «Una de espías»

  1. Buenísimo Patric!!! y no es porque sea tu mamá, lo que leí es fantástico. No se puede creer, ¿serán locos…………o no? ¿estamos todos locos en este mundo en que vivimos? Es verdad, la realidad se vuelve fantasía y viceversa……….
    Esperamos el próximo !!!!!!!!!!!
    Un beso enorme.

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