El 22 de diciembre escribí en mi muro de Facebook: “Hermano, es el mejor ron que bebí en mi vida”, fragmento del libro “La pipa de Hemingway”, del escritor José María Gatti. Una buena amiga de Rosario agregó: “Ese comentario solía escuchársele a don Ernest cada dos horas aproximadamente”. Lo que mi amiga no sabía es que esa frase no perteneció a Ernest Hemingway, sino al peruano Hugo Patiño, amigo de Gatti que, en un abuso de confianza, le vació una botella de ron Gran Añejo Vigía (identificada con el número 2756) que para Gatti tenía un valor que iba mucho más allá de su graduación alcohólica. Una pérdida irreparable.
Anoche terminé de leer “La pipa de Hemingway”, un libro que me dejó una sensación extraña. Digo esto porque es un libro que no tiene final. Y que no lo tendrá aunque Gatti escriba infinitas secuelas. Porque es una bitácora -así lo describe el propio autor- de un viaje que parece no terminar nunca. En rigor de verdad, “La pipa de Hemingway” es la recopilación y publicación de los primeros posteos publicados a lo largo de 15 meses por José María Gatti en su blog del mismo nombre (www.lapipadehemingway.blogspot.com).
Y aquí va mi confesión. Nunca -y cuando digo nunca quiero decir jamás- leí nada de Ernest Hemingway. Ni media palabra. Sabía de él, claro, como sé de tantos otros escritores cuya lectura de sus obras es todavía para mí una asignatura pendiente. Lo curioso es que a partir de ahora lo conozco. Como deslicé hace unos días en Twitter, leyendo este libro sentí algo de pudor; de la mano de Gatti me metí en la vida del escritor norteamericano por la ventana. Lo espié. Supe de sus grandezas y de sus más profundas bajezas. Ahora sé de él más que de cualquier otro escritor que haya leído. Y eso me produce una sensación rara.
Cuando terminé de leer a Gatti me vino a la memoria una antigua charla post asado con un grupo de amigos. Con algunos decímetros cúbicos de tinto en el estómago, discutíamos si debíamos o no disociar al “barrilete cósmico”, al D10S, al elegido, del ser humano de Fiorito que con frecuencia nos daba alguna razón para putearlo. Llegamos a la conclusión casi dogmática de que “el Diego” es uno solo. Un privilegiado que juega a la pelota por instinto, que no necesita pensar lo que va a hacer con sus piernas: solo lo hace. Y también un chico que se hizo grande de golpe y a la fuerza, de la noche a la mañana. Diego Armando Maradona no sería él si le sacáramos cualquiera de sus componentes. Como a la mayonesa.
Con “La pipa de Hemingway”, José María Gatti expone a Hemingway al extremo, con la evidente intención de provocar. Pone toda la carne al asador. Demuestra que el escritor, el alcohólico, el misógino, el bipolar, el suicida, forman parte de un mismo y único producto. De esta forma no quedan excusas para enfrentar sin tapujos su obra literaria. Cosa que voy a hacer muy pronto.