Barcelona subterránea
El 4 de abril de 2012 a las 19:45 h salí con el auto para llevar a mi hermana a Ezeiza. Después de 15 o 20 minutos se descargó sobre Buenos Aires lo que fue —me enteraría poco después— un tornado sin precedentes. Vientos de más de 120 kilómetros por hora, árboles desplomados sobre la autopista y carteles caídos y destrozados fueron solo algunas de las cosas que vimos y vivimos.
Por qué llegamos al aeropuerto —enteros además— es algo difícil de explicar. Pero llegamos. A tiempo para que mi hermana tomara su vuelo a Barcelona. (más…)

El último encuentro con mi psiquiatra me dejó preocupado. Fueron días difíciles para mí y se vieron reflejados en el trato indiferente que le di, al abrigo del viejo jacarandá. Trato que no se merece, no por mérito propio sino porque a esta altura creo que no se merece trato alguno.
Me fui de Rosario hace 25 años, pero hay ciertas costumbres que mantengo inalteradas. Y una de ellas es caminar. Me gusta caminar, y me gusta caminar Rosario. Hasta que me fui —corría 1986— trabajé en una oficina céntrica en Urquiza entre Sarmiento y San Martín, y con frecuencia optaba por ir o volver caminando. Vivía por aquel entonces en San Luis y Rodríguez.

Se abre la puerta y así, sin pensarlo, me bajo. No sé en qué estación estoy pero me bajo. Sigo a la multitud que se encamina hacia la escalera mecánica, piso el primer escalón y me dejo llevar. Recién soy consciente del tránsito de la avenida Pueyrredón cuando me encuentro parado al borde del cordón esperando que el semáforo me habilite a cruzar. Los sonidos me llegan de a uno, dosificados. Ruidos de motores, bocinas, voces, me asaltan sin mezclarse. También una sirena, lejos. La silueta blanca se enciende y entonces camino. Camino solo. Solo camino.