El nido del carpodaco
El nido del hornero no solo es una maravillosa obra de ingeniería sino que es un ejemplo de trabajo en equipo. Cada año la pareja construye el nido amasando con sus picos una mezcla de barro, paja y ramitas que mezclan con la saliva para formar una argamasa que logra una dureza sorprendente. La “casita” del hornero está preparada para aguantar las lluvias más fuertes y los vientos más desgraciados. Es algo así como un monoambiente con la habitación separada de la entrada por un tabique curvo. (más…)


(A mis amigos de toda la vida, incluida esta.)
Fue hace tanto tiempo y hace tan poco. Imaginé ese momento durante meses. Nueve meses. Imaginé lo que pude. Y no me culpo, porque lo que se siente llegado el momento es imposible de predecir para cualquiera. Nos pasa a cada rato. Podemos imaginar el calor sofocante que tendremos el próximo enero, pero difícilmente podamos anticipar las sensaciones que nos depara ese día de cuarenta y dos grados de sensación térmica. Y si nos pasa con algo que hemos vivido infinidad de veces, ¿cómo podría no pasarnos con una experiencia tan absoluta y totalmente nueva como esta? 
describirlo de alguna manera. Empezó en mi natal Córdoba, en el colegio jesuita San José para seguir, ya en Rosario, en la Medalla Milagrosa, en Alberdi. Fue por esa época que mi viejo entró a trabajar en MetCon, en Villa Constitución, y hacia allá fuimos todos. A mis seis años no tenía la capacidad intelectual (que si alguna vez tuve, ahora estoy perdiendo) para medir el enorme esfuerzo que mi viejo estaba haciendo: su trabajo en MetCon, de noche, era un complemento a su trabajo principal en el Banco Nación, en Rosario, a donde viajaba todos los días. Nos instalamos en Arroyo del Medio, en una casa bellísima que nos prestó —o alquiló, no sé— mi tío. La casa estaba en medio del campo y lindaba con el arroyo (el «del Medio»), hecho que según recuerdo mantenía a mi mamá con los pelos de punta. 
