Ciempiés

Los invertebrados de siempre

CiempiésFaltando menos de veinticuatro horas para el examen ubiqué el tablero frente a la ventana y me preparé para pasar la noche despierto. Empecé el primer trazo con la pluma Rotring de .5 mm., manteniendo el pulso firme y ejerciendo la presión justa para obtener una línea pura y limpia. Por la calle Córdoba la gente caminaba en una única dirección. Sin estridencias, sin gritos, sin olvidar que hasta no hace mucho —o todavía— caminar por la calle en grupos a esa hora ponía nervioso a cualquiera. Había que levantar la escuadra con mucho cuidado; el más insignificante resto de tinta adherido por efecto de la capilaridad obligaría a descartar la lámina y empezar todo de nuevo. Se estimaba que en el Monumento a la Bandera se concentraría una cantidad de gente similar a la que había convocado el candidato del peronismo. Según medios locales, Ítalo Argentino Luder había reunido alrededor de sesenta mil personas. Tenía la costumbre de marcar las cotas y agregar los rótulos al final, con el dibujo terminado, haciendo con lápiz dos trazos paralelos muy suaves que me servirían de guía y que después borraría con cuidado cuando todo estuviese bien seco. Lo que al principio eran grupos más o menos numerosos se fue convirtiendo —visto desde mi ventana— en un verdadero camino de hormigas que avanzaba hacia el río. Me había preparado durante casi un año para ese día. Era mi primer examen final en la facultad y llegaba con un importante bagaje de borradores arruinados, trabajos prácticos rehechos y lápices consumidos. Por eso lo hice. Por la repentina intuición de estar ante un hecho histórico. Cuando llegué al Monumento me sentía extrañamente eufórico. Lo recuerdo bien porque no creo haber sentido lo mismo otra vez. Igual me palpé el bolsillo trasero del pantalón para asegurarme de que tenía los documentos. (más…)