Ciempiés

Los invertebrados de siempre

CiempiésFaltando menos de veinticuatro horas para el examen ubiqué el tablero frente a la ventana y me preparé para pasar la noche despierto. Empecé el primer trazo con la pluma Rotring de .5 mm., manteniendo el pulso firme y ejerciendo la presión justa para obtener una línea pura y limpia. Por la calle Córdoba la gente caminaba en una única dirección. Sin estridencias, sin gritos, sin olvidar que hasta no hace mucho —o todavía— caminar por la calle en grupos a esa hora ponía nervioso a cualquiera. Había que levantar la escuadra con mucho cuidado; el más insignificante resto de tinta adherido por efecto de la capilaridad obligaría a descartar la lámina y empezar todo de nuevo. Se estimaba que en el Monumento a la Bandera se concentraría una cantidad de gente similar a la que había convocado el candidato del peronismo. Según medios locales, Ítalo Argentino Luder había reunido alrededor de sesenta mil personas. Tenía la costumbre de marcar las cotas y agregar los rótulos al final, con el dibujo terminado, haciendo con lápiz dos trazos paralelos muy suaves que me servirían de guía y que después borraría con cuidado cuando todo estuviese bien seco. Lo que al principio eran grupos más o menos numerosos se fue convirtiendo —visto desde mi ventana— en un verdadero camino de hormigas que avanzaba hacia el río. Me había preparado durante casi un año para ese día. Era mi primer examen final en la facultad y llegaba con un importante bagaje de borradores arruinados, trabajos prácticos rehechos y lápices consumidos. Por eso lo hice. Por la repentina intuición de estar ante un hecho histórico. Cuando llegué al Monumento me sentía extrañamente eufórico. Lo recuerdo bien porque no creo haber sentido lo mismo otra vez. Igual me palpé el bolsillo trasero del pantalón para asegurarme de que tenía los documentos. (más…)

Paseando por el Siglo XIX

La imagen que acompaña a este texto fue tomada en un aula en el Siglo XIX (la tomé prestada del blog Historia de la Educación Argentina). Quiero proponerles un ejercicio: retocar esta fotografía tanto como nos sea posible. No, no con Photoshop, usemos la imaginación que es mucho más poderosa y es gratis. Qué les parece si empezamos dándole algo de color al póster. Pero no mucho; recuerden que las imágenes de próceres deben “sudar” historia. La pared blanca que quede blanca, como los guardapolvos. Para los pupitres podemos usar dos colores diferentes: negro mate para las patas de hierro y marrón veteado para la madera. Sobre el pupitre de la nena de trenzas hay un tintero. ¿Qué opinan? Bien, va azul entonces. Mezclando negro, blanco y marrón podemos armar una buena variedad de colores. Ahora, a elegir cabezas: castaño claro, negro, marrón, castaño oscuro, y así. Sigamos. Los labios de la maestra solo pueden ser rojos. Bien rojos. Y detrás de ella, el pizarrón de un color gris pizarra. O verde. Creo que ya estamos. Con este simple ejercicio hemos logrado, como tirando de una soga, traer la escena algunas décadas más cerca de nuestros días. Pero qué les parece si tiramos un poco más. Digo, ¿y si apoyamos una mochila con un estampado de Hannah Montana contra la pata del pupitre de la segunda fila? Imaginemos también que al chico que está más cerca en el plano, en la tercera fila (peinado con una prolija raya al costado), le ponemos un celular entre sus pulgares. Y para terminar, al alumno que está parado le cambiamos el papel que tiene en la mano por un iPad. La pregunta ahora es: ¿cambió algo? Yo creo que no. Estoy convencido de que nada ha cambiado. Bueno, sí, hemos modernizado en parte la imagen, pero en el fondo nada ha cambiado. (más…)