A combatir las arrugas

 

Plancha«Se rompió la plancha». Así empezó mi fin de semana. Recibí la noticia como quien es informado de la muerte de un pariente lejano, olvidado. La muerte de alguien que uno sabe que existe, que está allí, pero que ha dejado hace mucho tiempo de ocupar la primera fila. Me resulta curiosa la forma en que transitamos por la vida (nos alimentamos, nos vestimos, trabajamos, educamos a nuestros hijos), sin tomar en cuenta la cantidad de cosas de las que nos valemos —casi en forma inconsciente— para hacerlo. Vivimos y nos reproducimos, producimos, nos desplazamos, nos alimentamos, nos vestimos.
Me detengo en este último punto por un momento. La vestimenta es un elemento de particular importancia en nuestras vidas. Basta con hacer un poco de historia para entender por qué. En contacto directo con la naturaleza, las primeras civilizaciones vivían a merced del clima, y encontraron en las prendas una solución adecuada a sus necesidades. Sin embargo, la vestimenta se ha visto influida con el tiempo por cuestiones de orden social, cultural, diferentes estilos y modas, tradiciones, materiales y hasta códigos sexuales. Los egipcios —solo por dar un ejemplo— marcaban diferencias sociales a través de sus prendas. Así, los reyes utilizaban taparrabos bordados en oro y con piedras preciosas para diferenciarse del ciudadano común. Hacia el siglo IV, la indumentaria comenzaba a evolucionar en forma sostenida. Comenzaba a ser funcional. Y claro, como es de suponer, ya no se podía andar por ahí con la ropa arrugada.
Algunas estampas chinas del siglo IV revelan la existencia de unos artefactos en forma de plancha. La evolución de la plancha pasó por materiales diversos; las hubo de piedra, de mármol, de vidrio, huecas (que llevaban adentro carbón encendido) y de metal (se calentaban sobre un fogón). Pero no fue sino hasta 1882 que Henry W. Seely realizó los planos para construir la primera plancha eléctrica, aunque no pudo ser usada inmediatamente como un utensilio doméstico; muy pocas casas contaban con alimentación eléctrica. Hacia 1924, la plancha ya estaba ampliamente difundida, y en 1926 aparece la primera plancha familiar con rociador de vapor.
Seis siglos fueron necesarios para que un “artefacto”, que nació con el fin de brindar solución a un nuevo problema —asumo que a las primeras civilizaciones no les preocupaban las arrugas, y por lo tanto no eran un problema—, evolucionara hasta convertirse en un elemento doméstico alimentado por corriente eléctrica al que terminamos llamando en forma genérica —combinando términos— electrodoméstico. Más aún, seis siglos no solo lograron que este artefacto ingresara en los hogares, sino que hoy es un elemento natural, utilizado casi en forma intuitiva.
Cabe ahora preguntarse cómo serían nuestros días sin la existencia de la noble plancha. Porque se hace evidente que la humanidad, en su propio proceso evolutivo, se vale de elementos (¿herramientas?) externos que, con el tiempo —ya no siglos—, incorpora como propios y los hace parte de su vida.
Por eso, por todo esto, ¿no le parece curiosa la forma en que vivimos sin darnos cuenta de la cantidad de cosas de las que nos valemos para hacerlo? Vamos, no sea así. Vaya y hágale una caricia a su plancha.

Un comentario en «A combatir las arrugas»

  1. Muy bueno el comentario sobre la evolución de la plancha. Parece mentira que, nosotros, los humanos, que podemos reir, llorar, sentir, cambiar ideas con nuestros semejantes, movernos sin que nadie nos maneje, salvo rarísimas excepciones, dependamos de tan pequeño aparato para no ser visto con desprecio o lástima por nosotros mismos. Somos seres que necesitamos, la plancha no necesita nada, la necesitamos.-

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