Huevo o cigoto

huevoHuevo o cigoto. Eso recuerdo. Y no mucho más. Después de treinta y pico de años, lo que recuerdo es eso. Imagino que si la profesora de biología se enterara de esto ahora, sentiría una profunda frustración. Tantas horas de explicaciones, láminas, gráficos, disecciones de insectos, renacuajos y bichos canasto, para que décadas después solo haya trascendido eso. Huevo o cigoto. (más…)

Vitel toné

Vitel tonéEl bar «El Cairo» tiene eso. La gente llega, se sienta y conversa como si el resto no existiera. Más aún, conversa como si el resto de las mesas estuviera ocupado por gente conocida. Lo más probable es que no lo sea, que solo se conozcan las caras a fuerza de hábito. Y entonces pasan cosas como que un señor (cuya cara me resulta familiar pero que no conozco) se siente en la mesa de al lado, me salude con un «hola» y me pida que le enchufe el cable de la notebook. Porque, como cada vez que vengo, estoy sentado en la última mesa contra el ventanal sobre la calle Sarmiento, donde están los enchufes. (más…)

Cuando de compartir se trata

SylvapenEmpezar este texto diciendo que recuerdo algo de mi época de jardín de infantes sería faltar a la verdad. El que avisa no traiciona, así que ya saben. Mi vida de nene se desarrolla de una manera fantástica hasta ese terrible día en el que mamá mete un vaso de plástico, una servilleta bordada con frutillitas y un paquete de galletitas Manón en una mochila multicolor con la imagen de un oso, me la cuelga en la espalda y me lleva por primera vez a ese lugar que llaman «el jardín». Un lugar en el que nos recibe una señora vestida como si fuera una nena gigante. Ese lugar en el que voy a encontrar «un montón de amiguitos» que nunca pedí. Nunca. Me basta con ella. Y con «mis» juguetes. Pero a pesar de los llantos, gritos y patadas acertadas al aire, todo parece indicar que el asunto no es negociable. «Dejeló y vayasé», le dice a mi mamá la señora vestida de nena. Mi mamá se va llorando y yo me quedo llorando. No entiendo dónde está el negocio. (más…)

Daewoo Nubira

Tenemos que separarnos

Daewoo NubiraLa decisión de cambiar el auto implica encarar dos actividades: recorrer concesionarias hasta encontrar el auto soñado (que no es otro que el que se puede comprar) y vender el usado. La primera es bastante menos tediosa que la segunda. Cuando yo era chico, para vender el usado bastaba con lavarlo muy bien, estacionarlo en la puerta, ponerle una lata en el techo y esperar a que te toquen el timbre. Pero hoy existe Internet y los sitios de venta en línea, que es como si la calle Florida pasara por el comedor de tu casa un martes al mediodía. Entonces lo lavé, le saqué una linda foto, y me metí de lleno en la publicación del aviso. «Sea original», recomendaba la página en cuestión. Lo vendí en menos de una semana.

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Ciempiés

Los invertebrados de siempre

CiempiésFaltando menos de veinticuatro horas para el examen ubiqué el tablero frente a la ventana y me preparé para pasar la noche despierto. Empecé el primer trazo con la pluma Rotring de .5 mm., manteniendo el pulso firme y ejerciendo la presión justa para obtener una línea pura y limpia. Por la calle Córdoba la gente caminaba en una única dirección. Sin estridencias, sin gritos, sin olvidar que hasta no hace mucho —o todavía— caminar por la calle en grupos a esa hora ponía nervioso a cualquiera. Había que levantar la escuadra con mucho cuidado; el más insignificante resto de tinta adherido por efecto de la capilaridad obligaría a descartar la lámina y empezar todo de nuevo. Se estimaba que en el Monumento a la Bandera se concentraría una cantidad de gente similar a la que había convocado el candidato del peronismo. Según medios locales, Ítalo Argentino Luder había reunido alrededor de sesenta mil personas. Tenía la costumbre de marcar las cotas y agregar los rótulos al final, con el dibujo terminado, haciendo con lápiz dos trazos paralelos muy suaves que me servirían de guía y que después borraría con cuidado cuando todo estuviese bien seco. Lo que al principio eran grupos más o menos numerosos se fue convirtiendo —visto desde mi ventana— en un verdadero camino de hormigas que avanzaba hacia el río. Me había preparado durante casi un año para ese día. Era mi primer examen final en la facultad y llegaba con un importante bagaje de borradores arruinados, trabajos prácticos rehechos y lápices consumidos. Por eso lo hice. Por la repentina intuición de estar ante un hecho histórico. Cuando llegué al Monumento me sentía extrañamente eufórico. Lo recuerdo bien porque no creo haber sentido lo mismo otra vez. Igual me palpé el bolsillo trasero del pantalón para asegurarme de que tenía los documentos. (más…)